miércoles, 16 de marzo de 2011

EN BUSQUEDA DE LA HUMILDAD


Capitulo I
En un oscuro cuarto con paredes de madera pintadas por un  color azul desvanecido entre la humedad y el pasar de los años, se encontraba un hombre en un colchón tirado en un rincón del piso; sin más pertenencias que sus harapos, un viejo vestido de paño, unos zapatos gastados y dos cajas llenas de papeles amarillentos y mohosos. Así vivía aquel hombre en su mudo y sedentario mundo, lleno de recuerdos y desilusiones.
Era ya un hombre maduro, aunque los años a pesar de las amarguras  habían sido benevolentes con él. Solía salir a  contemplar las calles empedradas del pueblo donde vivía rodeado de murmuraciones, mentiras, exageraciones y hasta realidades obligadas por los chismes sobre su solitaria vida.
Este hombre sobrevivía de una pequeña mesada que llegaba a la oficina de correos del pueblo, algunos habitantes, vecinos suspicaces decían que la mesada le era dada por el gobierno,  por ser un político desterrado. Otros aseguraban que era una caridad de alguna organización extranjera.
En las tardes calurosa se sentaba en el corredor del rancho, sobre el piso de tierra, recostado a una pared en madera,  cubierto por un alero de viejas y oxidadas tejas de zinc, a veces le veían buscar entre sus  papeles algo que no había podido encontrar; unos decían que eran formulas para la eterna juventud, otros decían que buscaba algún recuerdo de un viejo amor, o tal vez de varios viejos amores.
Ya era un año y medio que aquel hombre repetía lo mismo todos los días buscando entre sus viejos papeles, tomando apuntes en una libreta, sentado en el corredor de  tierra en el cual incrustados en el piso salían dos columnas en troncos de mangle seco que sostenían el tejado,  la humedad del ambiente que el viento arrastraba del litoral pacifico  se incrustaba en la madera dando un aroma moho contrastado con los rayos del caluroso sol y las lluvias propias de esta zona, este concierto de de brumas, vientos  tenían casi personalidad propia, la de una envolvente selva tropical  virgen, con  un pequeño punto de despeje por la mano del hombre para hacerla habitable.  Una mecedora de varilla sostenía el peso de su cuerpo mientras leía, meditaba y tomaba apuntes en su libreta forrada en cuero, lo único que consideraba de valor y algo que cuidaba con recelo. Todas las tardes los muchachos y niños pasaban junto a su rancho, unos se burlaban de él, otros lo miraban con miedo, las adolecentes y jovencitas murmuraban que algún día aquel hombre tuvo que haber sido apuesto y elegante  ya que tenía un aire de caballero; según ellas.
En ese húmedo lugar en medio de la selva chocoana, con no más de unas treinta casas, un puesto de policía y la única tienda de víveres la cual quedaba en la plaza principal frente a la iglesia. A esta tienda se dirigía puntualmente aquel hombre de barba y cabellos largos, compraba lo básico para su aseo y alimentación, siempre vestía playeras, pantalones  desteñidos y tenis de tela rotos por el uso.
Un día sábado muy temprano para sorpresa del tendero aquel hombre se acerco y sin pasar la lista que habitualmente solía hacer para evitar hablar, pidió dos cuchillas de afeitar, unas tijeras, un frasco de gomina, desodorante así como una lata de betún negro, pago en efectivo y salió con mucha prisa. El tendero lo miro fijamente desde la puerta de su negocio y le grito. Va a algún lado?
El hombre se detuvo y contesto:
Llego mi hora la hora que tanto he esperado.

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